domingo, 25 de octubre de 2009

11º Cap. Reencuentro.


*Marie P.O.V.*

Los extraños sueños que me habían durante tanto tiempo habías desaparecido. Era la primera noche en muchos meses en la que no tuve aquellas visiones. Di una vuelta en la cama acurrucándome entre la sábana. Repasé mis labios con el dedo otra vez. Aquel beso había sido una magia extraña. Algo frío, intenso y poderoso. Tanto que parecía obra de mi propia imaginación. No obstante, la prueba de que fue cierto, residía en el jarrón roto que tuve que recoger.
Mi mente me hizo recordar, que le repondí a ese muchacho a una pregunta de la cual desconocía la respuesta.
Esos sueños, ese beso, esa respuesta... ¿Tenían algo en común? ¿Eran sucesos de una historia de la cual yo formaba parte?
El sonido del despertador irrumpió en mis pensamientos.

Cuando estaba ya casi lista para ir a la universidad, llamaron a la puerta.
"¿Quién puede ser?" - me pregunté a mi misma.
No esperaba ninguna visita; es más, Marcus nunca venía a recogerme pues estudiábamos en diferentes universidades. Volvieron a llamar.
- ¡Ya voy! - grité terminándome la tostada y llegando a la puerta.
Fui victima de la sorpresa cuando abrí. Una gran caja de bombones tapaba el rostro del visitante.
Examiné con curiosidad a aquella mujer. Su forma de vestir me recordaba a una amiga que se mudó hace tiempo a Canadá. Pero era imposible que fuera ella, en sus cartas nunca me dijo que tuviera planes de regresar.
- Do... ¿Dora? - me atreví a preguntar.
- Jo - se quejó - Tenía la esperanza de que tardaras un poco más en descubrirme - dijo una extraña, y a la vez, familiar voz.
Retiró la caja de su cara y pude volver a verla después de tanto tiempo. Su cabello rubio había crecido mucho y ahora lo llevaba ondulado. Iba perfectamente maquillada y la ropa era de última tendencia; lo único que no cambió fueron sus ojos, azules y profundos.
- ¡Dora! - grité abrazándola.
Nos abrazamos durante unos segundos, chillando y saltando de alegría.
Dora se mudó a Canadá con sus padres cuando teníamos 15 años. Nosotras nos comunicábamos sobretodo por carta; aunque las nuevas tecnologías nos facilitaron el poder saber de la otra en los últimos años.
- Qué guapa estás, Marie - comentó mirándome detenidamente cuando nos calmamos.
- La que está guapísima eres tú - dije dando una vuelta a su alrededor.
Siempre había sido mi mejor amiga. Era más que una amiga, era la hermana que nunca tuve. Mi ángel de la guarda. Así podría describir todo lo que significaba para mí y seguiría quedándome corta.
Nos sonreímos y volvimos a abrazarnos. Esta vez con más ternura.
- Mira. Te traje tus bombones favoritos - dijo enseñándome la cajeta con la que antes se cubrió la cara.
- Ñam - salió de mis labios a la misma vez que tomaba el paquete.
Pasamos adentro, dirección a la cocina, cerrando la puerta tras nosotras.
- Dora, ¿dónde vives? - le pregunté recogiendo la taza y el plato de mi desayuno, y comenzando a fregarlos.
- Tenía pensando, y si no te molesta, venir aquí. Vivir las dos juntas en esta casa. Mis padres siguen en Canadá pero, yo me he cambiado de universidad - dijo con voz más seria.
- ¡¿Vivir juntas?! - la miré.
- Sólo si tu quieres - respondió.
- Tonta. ¿Cómo no voy a querer? - la salpiqué.
Nos reímos. Cuando terminé con los platos, la acompañé hasta su coche para descargar sus maletas. Subimos a su cuarto y las dejamos allí.
- Buff - bufé - Que solo ha estado este cuarto - abrí la ventana.
Fugazmente me acordé de la pérdida de mi madre al poco tiempo de separarse de mi padre, del cual hacía bastante tiempo que no sabía nada.
Unos minutos después de acomodar algunas de sus pertenencias y enseñarle el cuarto de baño que compartiríamos, se ofreció a llevarme en su coche a la universidad.
Durante el trayecto hablamos de muchas cosas sin importancia, disfrutando de poder volver a estar juntas. Dora, me contó con brevedad que su actual novio la dejó al enterarse de que volvería a Estados Unidos; no le gustaba la idea de una relación a distancia.
Dora aparcó en la plaza más cercana a la puerta de entrada; el aparcamiento aún estaba vacío.
- Vaya, si que es grande - comentó al bajarnos.
- La verdad es que sí - corroboré su opinión sin darle demasiada importancia.
- Será interesante estudiar aquí - dijo más bien para ella.
Me miró de rafilón al darse cuenta de que la escuché. Supuse que mi cara reclamaba una explicación pues me miró con cara de disculpa.
- Decidí trasladarme a esta universidad.
Reí. Resultaba irónico pensar que habíamos pasado tanto tiempo separadas, y ahora no me la podría quitar ni en la sopa.
Las clases tardarían en empezar un rato, por lo que decidí acompañarla hasta la secretaría para que rellenara los papeles de inscripción.
- Bienvenida señorita Morgan - le dijo la secretaria cuando todos los papeles estuvieron en orden.
- Muchas gracias señora Simmons - dijo Dora.
- Ahora si me disculpan le buscaré unos libros de las asignaturas que quiere estudiar para que hoy mismo pueda comenzar las clases - dijo levantándose de la silla y perdiéndose tras una puerta.
- Si señor. Hoy mismo comenzaré las clases - dijo una voz profunda mientras el dueño de esta abrí la puerta del despacho del director.
Aquel hombre paró en seco sus pasos cuando nuestros ojos se encontraron.

viernes, 23 de octubre de 2009



*Emily P.O.V*

Todo había acabado. El no me recordaba. Todo había sido intuil. Fue su decisión y no la mía. Los sentimientos que tuvo una vez por mí, habían muerto. Había echo todo lo posible para regresar a su lado. Entregué todo para volver. Ahora sé que todo intento fue en vano.
Quizás ya no pudiera llorar, ni soñar, ni siquiera respirar pero podía amar. Seguir amando más hayá de la muerte, del dolor y del tiempo.
Pero, ¿para qué?
Ya nada tenía sentido. El volvió a huir. Destrozó mi corazón una vez más, mientras el suyo se mantenía frío y distante.
Sentía verguenza por mí misma. Como fui tan estúpida al pensar que él regresaría a mi lado si yo volvía. Ya tuvo su oportunidad en el pasado y se fue, nada había cambiado.
Me siento tan sola y es que no soy capaz de encontrar la felicidad. Todas mis esperanzas han muerto y mis sueños ya olvidados se han desvanecido. Todo en lo que yo creía a muerto.
Él era la única luz que me quedaba y se ha disipado hasta dejarme en la más negra oscuridad.
Dos caminos se habren a mis pies. Sabía perfectamente a dónde me conduciría cada uno de ellos.
Uno me conducía al que ahora era mi hogar, y el otro a seguir esperandole atrapada en el cuerpo de esta humana.
Jack, mírame. Necesito ver tus ojos una vez más. Deseo llevarme ese recuerdo a mi nuevo destino. Por mucho que intente odiarte no tengo fuerzas suficientes. Aunque sepa que eres un ser frío y distante, aunque me hayas dañado de ese modo no hay manera, no puedo dejar de amarte.
Sabía que ahora él estaba interesado en la humana, pero yo evitaría que ella sufriera la misma suerte que yo. Marie y yo estábamos conectadas aunque ella lo desconociera. La ayudaría a ser fuerte, a no dejarse engañar por aquel vampiro. Le había otorgado en sus sueños escenas de mi propia historia, robando sus propios sueños. Mas, eso acabaría pronto. Sería su propia vida la que viviría, no la mía. Para eso estaré oculta en lo más profundo de su corazón dándole las fuerzas que yo nunca tuve.
Mi corazón había sido robado por aquel vampiro una vez, pero ahora era libre. Estaba muerto físicamente era cierto pero ahora los latidos de Marie me daban vida una vez más.

sábado, 10 de octubre de 2009

9º Cap. El frío del amor.

*Jack P.O.V*

Caminaba por las calles a paso ligero. No me estaba costando demasiado trabajo seguir el olor de aquella humana, pues lo tenía grabado con fuego en mi memoria.
Deseaba poder correr a mi velocidad vampírica pero eso me delataría entre los humanos.
Mi especie había evolucionado de tal manera que ya la luz de sol no nos dañaba. Lo único inusual en nosotros al ojo humano era la palidez de nuestra piel y la fuerza de la que éramos poseedores.
El dulce aroma de la joven me condujo hasta las afueras de la ciudad. Había pocas casas donde elegir asique sería fácil saber cuál era.
Al cabo de unos minutos, estaba parado frente en puerta de la casa más
grande de la calle; la cual estaba prácticamente abandonada.
"¿Qué haces?" - me pregunté a mi mismo cuando estaba a punto de tocar el timbre.
No quería asustarla con mi repentina visita. Ella, no comprendería que yo supiera dónde vivía. Había salvado su vida por la mañana pero sería extraño que me presentara en su casa.
Rodeé la casa y descubrí una ventana abierta en el segundo piso. Con una rápida mirada comprobé que no me veía nadie y trepé hasta la ventana.

Una dulce voz cantaba al son de la música. Rápidamente reconocí una de las canciones de Ricky Martin.
- Yo no sé cómo empezó. Sólo sé que sucedió fue tal vez sin darme cuenta - me quedé pretificado al oír la letra.
- No podía ver la luz hasta que cerré mis ojos y desperté pensando en ti - la voz de aquella muchacha era dulce y suave.
- A veces me parece que es todo una locura. Como un sueño sin sentido - estaba envelesado con la canción.
- Y mientras estaba lejos te espero siempre aquí. Que lo nuestro vuelva a ser. Por que pude comprender que eres el amor de mi vida - perdi el contro de mi cuerpo que buscaba ansioso encontrar a la muchacha.
- Me lo dice mi corazón que no te olvida. Ahora tengo una razón para existir, para vivir. Y puedo ser feliz, por que ahora se que eres el amor de mi vida - derribé con la pierna el jarrón que había en el escritorio.
La música cesó a los pocos segundos lo cual quería decir que me había oído.
Contuve el aliento aunque sabía que ella no podía escuchar mis movimientos. Era la primera vez en mi vida que me sentía asustado. Oía a la muchacha caminar con sigilo hasta la habitación donde me encontraba.
Bajé del escritorio y me situé cerca de la puerta para recibirla. Sabía que si la engatusaba con mis ojos no gritaría cuando me encontrase en su dormitorio.
La adrenalina me recorría y un extraño sentimiento empezó a nacer en mi al escuchar como giraba el picaporte.
Unos grandes ojos castaños se encontraron con los míos. Ella estaba únicamente vestida con una toalla y su cabello mojado se pegaba sobre sus hombros desnudos.
- ¿Sabes quién soy? - pregunté de repente. No sabía de dónde salió aquella pregunta que ahora flotaba por la habitación.
- Jack - contestó con un susurro.
Sin pensar, la atraje hacia mí. Mi camisa se humedecío al contacto de su toalla mojada y un suave sonrojo baño sus mejillas.
Cerré los ojos y posé mi frente sobre la suya. Mis manos sujetaban su pequeña cintura y las suyas se entrelazaban detrás de mi cuello. Su respiración era más agitada y su aliento bañaba mi rostro con un dulce aroma.
El atropellado latir de su corazón me envolvía y jugaba con mis sentimientos. Los segundos pasaban, las agujas del reloj se movían pero yo ya no era consciente de nada más que ella.
Tímidamente entreabrí los labios para besar los suyos. No sabía por qué, pero necesitaba beber de su boca. Algo dentro de mí, me confirmaba que era ella. La misma mujer a la que condené a muerte y a la que seguía amando a pesar del tiempo.
Rozé nuestros labios con cuidado, saboreándolos como si del más exquisito manjar se tratara.
"Tan dulces... Tan suaves..." - pensé para mí.
"La matarás de nuevo" - contestó mi otro yo.
Era cierto. Tenía razón por una vez. Si no me alejaba los más posible de ella la historia se repetiría.
Solté su cintura y la alejé de mí, rompiendo el abrazo. Ella me miró con rostro de dolor y de un solo movimiento me hayaba en el poyete de la ventana listo para irme. La última imagen que ví antes de saltar fue a Emily llorando.

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