*Marie P.O.V.*
Mi interior chillaba en rebeldía. El destino se estaba riendo de mí. Querí gritar hasta quedarme sin voz y llorar hasta quedarme sin lágrimas. Sacar la angustia y la impotencia que me quemaban por dentro a cualquier precio. Deseaba alejarme de él como fuera posible. Sin embargo, ahora resultó ser el profesor de mi asignatura favorita.
Dora y yo nos separamos, para ir cada unas a sus respectivas clases. Yo tenía español a primera hora, y a segunda historia.
Caminé sin ánimo hasta el aula de idiomas y entré. Mat se levantó y llamó mi atención señalando el asiento que me guardaba a su lado.
- Buenos días Mat. Gracias por guardármelo - le besé la mejilla y después me senté a su lado.
- De nada Marie - me respondió con su acento femenino.
Mat era homosexual hasta la médula ósea, aunque eso no era ningún impedimento para nuestra amistad. Al contrario, la avivaba.
La profesora española llegó al poco tiempo de que la clase se llenara. Ella como de costumbre únicamente saludó a las alumnas que le hacían la pelota.
Mat comenzó a hacer sus típicos comentarios sobre la señora Gutierrez, que siempre me hacían reír. Mas, esta vez yo estaba sumergida dentro de mi misma, buscando la razón por la que mi corazón cantaba cuando Jack se acercó a mí en aquel aparcamiento o cuando volví a verlo en secretaría.
Nada tenía sentido. Las piezas de este puzzle no encajaban de ninguna manera que yo conociera. Además, aquel comentario de Dora en el aparcamiento...
Tenía en la cabeza un profundo mar de preguntas sin respuesta. Por mucho que intentaba encontrar una mínima solución a alguna de ellas, sólo hayaba un precipicio que se abría ante mí.
Soñé tantas veces con él, teniendo recuerdos de un pasado que nunca viví. Aquellos sueños que me volvían loca al no entenderlos. Y, de repente, Jack apareció en mi dormitorio y me besó. Le respondí a aquel beso con una necesidad sorprendete por sentirlo. Recuerdo que esa misma noche deseé volver a soñar para poder besarlo, pero no hubo.
Era todo tan raro y difícil de comprender.
La profesora me regañó en varias ocasiones por estar distraída. Incluso Mat se dió cuenta de que algo me ocurría. Yo, sin embargo, no escuché las quejas de la profesora, ni contesté a las preguntas de Mat. Para mí, todo giraba en torno a Jack y en las respuestas que esperaba conseguir.
Un fuerte palmotazo en mi mesa me sacó de mis pensamientos de forma brusca.
- Señorita Lewis, fuera de mi clase inmediatamente - gritó alterada la profesora.
Me levanté enfadada, auque no sabía realmente por qué. Salí del aula dando un portazo y caminé por el pasillo.
Poco a poco las ganas de llorar fueron apareciendo mientras el enfado se esfumaba. Me detuve cubriendo mi rostro con las manos, ocultando las lágrimas que de mis ojos nacían.
No podía calmarme y mis sollozos llenaban el pasillo.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó una voz familiar.
Aparté las manos de mi rostro y le miré. Jack estaba mirándome preocupado mientras llevaba los libros en una de sus manos.
Sin pensármelo le abrazé y sollozé contra su pecho. Oí como sus libros cayeron al suelo y a los pocos segundos me abrazó. No me importaba no saber quién era ni por qué susurraba mi nombre mientras me apretaba contra su cuerpo. Él me había salvado la vida y sólo sabía que deseaba que no me soltara nunca.
*Jack P.O.V.*
Estaba orgulloso de mí mismo. Había conseguido trabajo en la universidad sin necesidad de utilizar mis encantos vampíricos.
No necesitaba trabajar, ni siquiera el direno que iba a ganar, pero sería una forma entretenida de matar el tiempo y distraerme.
Sonreí. Además, ¿había algún ser humano capaz de garnarme en historia, a mí que la había vivido?
Me resultaba inútil tener que conducir hasta el centro. No obstante, se encontraba desmasiado lejana para la capacidad física humana.
Aparqué en una de las plazas reservadas para el profesorado y me quité las gafas de sol para mirar el lugar.
"Sin duda, es grande" - pensé.
Recogí la carpeta en que la que llevaba mi documentación, la cual resultó relativamente fácil de falsificar, y puse rumbo al despacho del director.
Después de una extensa charla sobre las normas y hábitos de la
universidad, revisó mis papeles.
- Todo está en orden señor Smith - dijo a modo de felicitación.
Reí en mi interior. Aquel apellido y ese nombre eran reales. Así me llamé en mi vida humana.
Hablamos unos minutos más sobre los alumnos, el convaleciente profesor de historia, la forma de evaluar etc. Me mostró los planos del centro situándome el comedor, mi clase, la sala de profesores... En resumidas cuentas, lo básico para que un humano se pudiera mover con fluidez por el centro. Mas, yo memorizé los planos a la perfección; no quería sorpresas.
- Muy bien - se aclaró la garganta y recolocó sus gafas de pasta sobre su ganchuda nariz - Es un placer - nos levantamos y situándonos cerca de la puerta nos dimos la mano - ¿Cuándo podrá comenzar las clases? - esa última parte me sonó a súplica.
- Sí señor. Hoy mismo comenzaré las clases - le alivié abriendo la puerta.
Un aroma familiar llegó a mí, revolucionando mis sentidos. Me detuve en mitad de la puerta en cuanto ví sus ojos marrones. Su corazón comenzó a cantar y su rostro se convirtió en una expresión de confusión y sorpresa.
"¿Por qué? ¿Por qué Ella estaba aquí?" - me pregunté.
La mano del director me palmeó el hombro.
- Tenemos jóvenes muy bellas aquí - me susurró al oído.
- Sí - le contesté en el mismo tono de voz.
Aunque la verdad tenía ganas de hacerle sufrir la más cruel de las torturas por haberse fijado en Ella.
La seguí mirando descaradamente, pero no podía parar. Recordé la suavidad de su piel, el sabor de sus labios y la cálidez de su cuerpo. Una sensación extraña me recorrió y me hubiera sonrojado de haber podido.
Ella rompió la conexión de nuestras miradas y cogiendo a su compañera del brazo se perdió de mi vista tras la puerta.
La secretaria apareció cargada de libros que supuse serían para ellas.
- ¿Dónde estan? - preguntó con voz ahogada.
- No lo sabemos - respondió el director por los dos.
Me acerqué a ella y tomé los libros de sus manos cautivándola con mis ojos.
- No se preocupe yo se los entregaré - me despedí de ambos y me dejé guiar por mi olfato para encontrarlas.
Las hayé al poco tiempo en el aparcamiento. Ella se encontraba apoyada en un Maybach 57 S de color negro, mirando hacia abajo y su amiga rubia frotándole la espalda.
- Joder cómo esta el profesorado. No me habías dicho nada - bromeó refiriéndose a mí.
- No puede... ser profesor... en estos dos meses de clases... no lo he visto... hasta ahora... - le dijo con voz ahogada.
- Puede ser algún suplente - insistió la rubia.
- ¡Mierda! - exclamó recobrando la compostura y agarrando a su amiga por los brazos - Es cierto Dora. El profesor de historia está ingresado de gravedad y la semana pasada nos informaron de la llegada de un suplente.
Comenzé a acercarme a ellas con sigilo. Ya conocía el nombre de su amiga. Ahora averiguar el de Ella sería más fácil.
- Señorita Dora - dije con voz dulce - Creo que esto - alzé los libros que llevaba en los brazos - pertenece a alguna de ustedes.
La joven que respondía a ese nombre me miró. Un breve sonrojo se dibujó en sus mejillas excesivamente maquilladas; por lo que era casi imperceptible.
- Sí. Muchas gracias - respondió la otra joven tomándolos de mis manos con fuerza.
El excesivo peso provocó un leve tambaleo en un cuerpo, lo cual dibujó una sonrisa divertida en mis labios. Me coloqué las gafas de sol mientras la sirena que anunciaba el comienzo de las clases sonaba.
- Me encantará tenerlas en mi aula - les dediqué una última sonrisa y les dí la espalda.
- Marie, creo que me he enamorado - escuché la voz de Dora.
"Marie... Se llamaba Marie..." - repetía en mi mente ignorando el comentario que aquella muchacha hizo.
*Marie P.O.V.*
Los extraños sueños que me habían durante tanto tiempo habías desaparecido. Era la primera noche en muchos meses en la que no tuve aquellas visiones. Di una vuelta en la cama acurrucándome entre la sábana. Repasé mis labios con el dedo otra vez. Aquel beso había sido una magia extraña. Algo frío, intenso y poderoso. Tanto que parecía obra de mi propia imaginación. No obstante, la prueba de que fue cierto, residía en el jarrón roto que tuve que recoger.
Mi mente me hizo recordar, que le repondí a ese muchacho a una pregunta de la cual desconocía la respuesta.
Esos sueños, ese beso, esa respuesta... ¿Tenían algo en común? ¿Eran sucesos de una historia de la cual yo formaba parte?
El sonido del despertador irrumpió en mis pensamientos.
Cuando estaba ya casi lista para ir a la universidad, llamaron a la puerta.
"¿Quién puede ser?" - me pregunté a mi misma.
No esperaba ninguna visita; es más, Marcus nunca venía a recogerme pues estudiábamos en diferentes universidades. Volvieron a llamar.
- ¡Ya voy! - grité terminándome la tostada y llegando a la puerta.
Fui victima de la sorpresa cuando abrí. Una gran caja de bombones tapaba el rostro del visitante.
Examiné con curiosidad a aquella mujer. Su forma de vestir me recordaba a una amiga que se mudó hace tiempo a Canadá. Pero era imposible que fuera ella, en sus cartas nunca me dijo que tuviera planes de regresar.
- Do... ¿Dora? - me atreví a preguntar.
- Jo - se quejó - Tenía la esperanza de que tardaras un poco más en descubrirme - dijo una extraña, y a la vez, familiar voz.
Retiró la caja de su cara y pude volver a verla después de tanto tiempo. Su cabello rubio había crecido mucho y ahora lo llevaba ondulado. Iba perfectamente maquillada y la ropa era de última tendencia; lo único que no cambió fueron sus ojos, azules y profundos.
- ¡Dora! - grité abrazándola.
Nos abrazamos durante unos segundos, chillando y saltando de alegría.
Dora se mudó a Canadá con sus padres cuando teníamos 15 años. Nosotras nos comunicábamos sobretodo por carta; aunque las nuevas tecnologías nos facilitaron el poder saber de la otra en los últimos años.
- Qué guapa estás, Marie - comentó mirándome detenidamente cuando nos calmamos.
- La que está guapísima eres tú - dije dando una vuelta a su alrededor.
Siempre había sido mi mejor amiga. Era más que una amiga, era la hermana que nunca tuve. Mi ángel de la guarda. Así podría describir todo lo que significaba para mí y seguiría quedándome corta.
Nos sonreímos y volvimos a abrazarnos. Esta vez con más ternura.
- Mira. Te traje tus bombones favoritos - dijo enseñándome la cajeta con la que antes se cubrió la cara.
- Ñam - salió de mis labios a la misma vez que tomaba el paquete.
Pasamos adentro, dirección a la cocina, cerrando la puerta tras nosotras.
- Dora, ¿dónde vives? - le pregunté recogiendo la taza y el plato de mi desayuno, y comenzando a fregarlos.
- Tenía pensando, y si no te molesta, venir aquí. Vivir las dos juntas en esta casa. Mis padres siguen en Canadá pero, yo me he cambiado de universidad - dijo con voz más seria.
- ¡¿Vivir juntas?! - la miré.
- Sólo si tu quieres - respondió.
- Tonta. ¿Cómo no voy a querer? - la salpiqué.
Nos reímos. Cuando terminé con los platos, la acompañé hasta su coche para descargar sus maletas. Subimos a su cuarto y las dejamos allí.
- Buff - bufé - Que solo ha estado este cuarto - abrí la ventana.
Fugazmente me acordé de la pérdida de mi madre al poco tiempo de separarse de mi padre, del cual hacía bastante tiempo que no sabía nada.
Unos minutos después de acomodar algunas de sus pertenencias y enseñarle el cuarto de baño que compartiríamos, se ofreció a llevarme en su coche a la universidad.
Durante el trayecto hablamos de muchas cosas sin importancia, disfrutando de poder volver a estar juntas. Dora, me contó con brevedad que su actual novio la dejó al enterarse de que volvería a Estados Unidos; no le gustaba la idea de una relación a distancia.
Dora aparcó en la plaza más cercana a la puerta de entrada; el aparcamiento aún estaba vacío.
- Vaya, si que es grande - comentó al bajarnos.
- La verdad es que sí - corroboré su opinión sin darle demasiada importancia.
- Será interesante estudiar aquí - dijo más bien para ella.
Me miró de rafilón al darse cuenta de que la escuché. Supuse que mi cara reclamaba una explicación pues me miró con cara de disculpa.
- Decidí trasladarme a esta universidad.
Reí. Resultaba irónico pensar que habíamos pasado tanto tiempo separadas, y ahora no me la podría quitar ni en la sopa.
Las clases tardarían en empezar un rato, por lo que decidí acompañarla hasta la secretaría para que rellenara los papeles de inscripción.
- Bienvenida señorita Morgan - le dijo la secretaria cuando todos los papeles estuvieron en orden.
- Muchas gracias señora Simmons - dijo Dora.
- Ahora si me disculpan le buscaré unos libros de las asignaturas que quiere estudiar para que hoy mismo pueda comenzar las clases - dijo levantándose de la silla y perdiéndose tras una puerta.
- Si señor. Hoy mismo comenzaré las clases - dijo una voz profunda mientras el dueño de esta abrí la puerta del despacho del director.
Aquel hombre paró en seco sus pasos cuando nuestros ojos se encontraron.
*Jack P.O.V*
Caminaba por las calles a paso ligero. No me estaba costando demasiado trabajo seguir el olor de aquella humana, pues lo tenía grabado con fuego en mi memoria.
Deseaba poder correr a mi velocidad vampírica pero eso me delataría entre los humanos.
Mi especie había evolucionado de tal manera que ya la luz de sol no nos dañaba. Lo único inusual en nosotros al ojo humano era la palidez de nuestra piel y la fuerza de la que éramos poseedores.
El dulce aroma de la joven me condujo hasta las afueras de la ciudad. Había pocas casas donde elegir asique sería fácil saber cuál era.
Al cabo de unos minutos, estaba parado frente en puerta de la casa más
grande de la calle; la cual estaba prácticamente abandonada.
"¿Qué haces?" - me pregunté a mi mismo cuando estaba a punto de tocar el timbre.
No quería asustarla con mi repentina visita. Ella, no comprendería que yo supiera dónde vivía. Había salvado su vida por la mañana pero sería extraño que me presentara en su casa.
Rodeé la casa y descubrí una ventana abierta en el segundo piso. Con una rápida mirada comprobé que no me veía nadie y trepé hasta la ventana.